lunes, 11 de enero de 2021

¿Matrimonios en el cielo?

Mateo 22:23-33

Personas que no creían en la resurrección de los muertos preguntaron a Jesús, ¿cuáles serían los lazos matrimoniales en el cielo, de la gente que se casó varias veces aquí en la tierra? A lo que Jesús contestó que el matrimonio es una cuestión de aquí, de nuestra vida en la tierra y que en el cielo ya no será necesario ese tipo de relación. 

La relación de la pareja humana es una relación preciosa que Dios creó para la convivencia humana y la formación de una familia que nutre el desarrollo de las nuevas generaciones. Aunque algunos llamen divina/o o dios/a a su pareja, o llaman "adoración" a la atracción que sienten, esto sería una manera romántica y exagerada de referirse a la mutua admiración que sienten dos personas enamoradas entre si. Pero poner a nuestra pareja honestamente en lugar de Dios sería idolatría y no le hace bien a nadie, ni al que adora, ni al adorado.   

Para algunos la relación más sublime que conocen es la relación amorosa entre dos seres humanos. Y aunque el matrimonio es una experiencia preciosa y sublime, cuando es saludable, no se compara con lo sublime de una relación con Dios. Eso sí es sublime. Dios es el que puede colmar nuestras necesidades más profundas. Él llena el vacío que ningún otro ser humano es capaz llenar. Esperar que nuestra pareja colme las necesidades más profundas de nuestro ser es pedir demasiado. Es poner una carga demasiado grande sobre nuestra pareja, "hacerme feliz" por ejemplo. 

Por supuesto, una buena relación matrimonial me alegra la vida y contribuye mucho a mi sentido de felicidad. Pero, una felicidad completa y profunda sólo se consigue al desarrollar una relación saludable con el creador del universo, con Dios. Por eso un soltero tiene las mismas posibilidades de alcanzar la felicidad que un casado.

Oración: Gracias Dios por el matrimonio, por la familia y la alegría que esto significa para mi. Pero reconozco que Tu amor y Tu acción en mi vida es la verdadera razón de mi felicidad.

Siguiendo al maestro.

Por Daniel Martin.



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